"El amor a los libros puede ser más fuerte que el gusto por una vida que se viera privada de ellos"
Claude Roy, El amante de las librerías

jueves, 2 de febrero de 2012

En defensa de las bibliotecas públicas: llámame sacrílega

Cuando yo era niña descubrí la biblioteca municipal, leía comics y otros libros sentada con mi hermana en un banco del parque. Era una biblioteca minúscula que terminaron cerrando, pero ya era tarde para mí, necesitaba más. Y busqué la biblioteca pública, y entré y me hice mi carnet, y me leía dos libros cada día que devolvía religiosamente al siguiente día para coger otros dos. Este es el origen de mi amor incondicional por las bibliotecas y por lo que representan: yo no sería como soy sin ellas.

Escribo esto y pienso que a quién le puede importar, sino a mí misma, que yo ame las bibliotecas. Y me contesto a mí misma, como tantas otras veces, que a mucha gente, sobre todo a aquellos que van a ir a abrazar la Biblioteca Nacional, para intentar que paren los recortes que atenazan y ahogan a esas aldeas irreductibles llenas de pequeños "galo-bibliotecarios", que luchan por conservar algo que no se puede valorar en términos económicos.

Hace unos días leía en Facebook a Juan Soto Ivars que era una idea algo cursi (que lo es) y que sería mejor quemar libros aunque fuera simbólicamente (algo que parece que también tiene sus adeptos). El que lo propone, precisamente, es un escritor, y me ha dicho que me presta libros suyos para quemar simbólicamente si hace falta.Me gusta mucho lo de quemar libros, pero ya que estamos que sean de verdad, preparemos un buen expurgo y quememos el Libro de horas de Isabel la Católica con la Biblia políglota (adelante, llámame sacrílega). Solo de pensarlo me mareo del susto, pero la cuestión es que se actúe para mostrar que las bibliotecas están ahí, y que son necesarias. Bueno, tampoco exageremos, pero parece que llamar la atención en esta sociedad en la que solo cuenta lo que está de moda, parece la única forma de lograrlo. O tomar la iniciativa como en esta idea, The little free library, que os invito a conocer.

La cuestión es que yo no habría podido tener todos los libros que he leído a lo largo de mi vida porque no todo se puede comprar. En la biblioteca nos esperan libros que ya han desaparecido, que son la memoria viva de que alguien alguna vez pensó, soñó con algo destinado a los demás, más que a sí mismo. Porque hay autores que venden poco, y eso no significa que su obra no sea excelente, y hay otros que venden pero sus adeptos con el tiempo los abandonan por otros, su memoria se desvanece, y sus libros acaban perdidos. Solo conservamos los que se depositaron en la biblioteca, esos que también dan unos beneficios a los editores, no solo porque se compran muchos ejemplares, sino porque forman a los lectores, les ayuda a descubrir que hay algo más que las imágenes. El cine, las series, todos los  productos de la cultura audiovisual son una excelente vía de comunicación, pero la lectura es algo más. Y la persona que va a la biblioteca y coge un libro, descubre que lo que le cuentan esos personajes le lleva a otro mundo distinto. Y se engancha y desea leer más libros similares, y se va  la librería y compra esos libros que formarán su propia biblioteca personal. Esas bibliotecas que dicen tanto del que las tiene.

Me considero lectora por encima de todo, porque es el germen de la escritura, porque me ayuda a sobrellevar lo cotidiano, porque es parte de mí. La escritura es ese sueño que tienes y que se queda en quimera, como el que alguien pueda quemar una joya bibliográfca como si de un bombero de Fahrenheit 451 se tratara.

No nos quedemos en la anécdota, defendamos nuestras bibliotecas.



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