"El amor a los libros puede ser más fuerte que el gusto por una vida que se viera privada de ellos"
Claude Roy, El amante de las librerías

viernes, 7 de junio de 2013

Recordar

Escribir sobre jardines. Escribir sobre jardines mientras te paseas por uno de ellos. Escribir sobre tu vida mientras te sientas en un banco del parque.
Recordar. Recordar cuando te sentabas en las escaleras del portal con tu hermana, y mirabais hacia fuera en el verano. Las paredes de mármol daban un frescor especial, como el del agua del verano que salía de la garrafa que mi padre metía, atada con un cordel, en el pozo. Frescor innato, no del que producen los frigoríficos, sino el del sabor de la sandía que veíamos atemperar en el río, en agosto, cuando sales a merendar y metes los pies en el agua fría que baja de Gredos. Sentadas en la escalera, sí, con el abanico cerrado a nuestro lado. 
Mirábamos pasar a los viandantes que paseaban por la ciudad. Casi podíamos oler las gotas de sudor que bajaban por su espalda, ocultas por las camisetas llenas de manchas oscuras en las axilas, en la espalda, justo debajo del cuello, formando un mapa como el que las nubes componen en los cielos de tormenta.

Pero no veíamos el cielo desde allí, solo la casa vieja de enfrente, cada vez más baja según iban añadiendo capas de asfalto, año tras año. Y veíamos a la gente, cada vez más ajada, cada vez más blanca, mientras nosotras contemplábamos la vida pasar sentadas en nuestra urna, tan fresca. 
Y un día un juego: a ver quién gana, yo cuento a los que van a la derecha, tú los que van a la izquierda. Día tras día apuntábamos en una libreta, esta mañana han pasado ciento veinte hacia la derecha, pues yo he contado cien hacia la izquierda, sí, pero no valen que han pasado tres veces porque son los vecinos y sabemos cuáles son sus caras, sí que valen porque a lo mejor no los conocemos y han pasado también y no nos hemos dado cuenta. Y una cuenta de números que son personas que van a comprar, a pasear, a sentarse, durante muchos veranos, y que son palitos en una libreta que cada vez está más rota y que cada vez nos importa menos. Hasta que un año ya no te sientas en las escaleras y te olvidas de que existió una vez una lista y prosigues tu camino, fuera del portal, dejando que la vida te coma a trozos, a veces, mientras otras veces le arrancas tú pedazos con los dientes. Y pasan las gentes esta vez a tu lado, sin mirarte, y ya no hay izquierda o derecha, sino ir hacia delante, o volver sobre tus pasos. Y un buen día te sientas en el banco del parque a escribir sobre jardines, como ayer, y de repente escuchas unas voces, escuchas a dos niñas sentadas en un banco, al sol, que van contando las personas que pasan hacia la derecha y hacia la izquierda. Y recuerdas cómo tú contabas personas, cómo les ponías vidas postizas que hubieras querido escribir con detalle, pero no hubieras podido porque sus vidas duraban solo el segundo en que pasaban por el cristal de la puerta, cada vez más rápidas, cada vez más esquivas. Y recuerdas que saliste a la calle para seguirlas.
Y te das cuenta de que todo se repite, que aunque tú envejezcas la vida siempre busca otro camino para seguir adelante. O para caminar en círculos, quién sabe.

7 comentarios:

  1. ¿Abejas en el pelo? Yo te conozco: es tu piel de pan apenas dorado, tienes la cintura de arcilla y un pozo de agua dormida.
    Curiosamente, anoche leía a Jorge Guillén: "Calles, un jardín, /Césped -y sus muertos. / Morir, no, vivir. / ¡Qué urbano lo eterno!". Y también: " Tiempo en profundidad: está en jardines./ Mira cómo se posa. Ya se ahonda. / Ya es tuyo su interior. ¡Qué trasparencia / de muchas tardes, para siempre juntas! /Sí, tu niñez: ya fábula de fuentes".
    A propósito de los jardines, cuyos senderos a veces se bifurcan y a veces se entrecruzan, fueron, comenzaron siendo, el espacio del amor (el hortus conclusus): la isla de Circe que, en todo su esplendor, otea Hermes en vuelo rampante, y el lugar de regocijo del esposo y la esposa. Igualmente es de la violación, como el cidiano robledo de Corpes. Más tarde, se convirtió en el espacio del ocio, como los magníficos jardines en los que siete mujeres y tres hombres se cuentan cuentos mientras la peste asola Florencia. Porque, en efecto, "no siempre se está en los templos; no siempre se asiste a los negocios, por calificados que sean; Horas hay de recreación, donde el afligios espíritu descanse; para este efecto se plantan alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestas y se cultivan con curiosidad los jardines". Hoy, como sabes, en los jardines se recuerda.

    ResponderEliminar
  2. Sí, siento una cascada petrificada en mi nuca, y una playa sin fin en mi costado. Quizá por eso el mar resuena constantemente allá donde me encuentro, con el goteo del agua intermitente, rugiendo a veces con el alta mar. Olvidas el jardín romántico, en el que el pintor inglés retrataba al poeta tumbado sobre la hierba, con su pose pensativa y melancólica bajo las luces boscosas de la naturaleza consentida: es el jardín del pensamiento. Y yo olvido al jardín barroco, que había abandonado ya a Bocaccio, porque la naturaleza se reveló contra esa última impostura que recortaba su libertad creando un mar de senderos serpenteantes, que se ocultan y surgen de entre las masas boscosas, cuidadosamente pensadas para adoptar la naturalidad perfecta.
    Gracias por tus palabras, y gracias por escribirlas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tus ojos, cierto, son los ojos fijos del tigre, del mismo modo que las uñas de los dedos de tus pies están hechas del cristal del verano; tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos y tus labios... en fin, la única puerta al infinito
      ¡Ay, los jardines! Son como las palabras domesticadas de la literatura, tienes razón,puestas cada una en el lugar que le corresponde y como por cáculo, a disposición siempre de un sentido. Nada es espontáneo ni azaroso, aunque a veces también precipitan el torrente y fomentan la tormenta. No hemos hablado aún del neoclásico, de real ni del metafórico: esos jardines boscosos, hoy desiertos de la depilación, que el ducho jardinero había de cultivar. No hemos hablado del jardín laberinto, depositario de nuestros miedos y locuras, de nuestras pesadillas y geometrías imposibles. Y tampoco hemos hablado del jardín alegórico: el del Edén o el de las Delicias. ¿No será que la vida es un jardín?
      Te quiero regalar, aunque seguro que ya lo conoces, el lecho de Zeus y Hera: "por debajo de ellos la divina tierra hizo brotar hierba fresca, loto bañado de rocío, azafrán y frondoso y mullido jacinto que los elevaba por encima del suelo; sobre este lecho yacían, cubiertos por una hermosa nube de oro que dejaba caer claras gotas de rocío".

      Eliminar
    2. Querido amigos: al hilo de vuestros (eruditos) argumentos, me asalta deciros que, más que la vida sea un jardín, no sea sino, como sucede con la literatura, el jardín el espejo en que la vida se mira y en el que representa tanto sus sueños como sus ensueños. Y es que la vida es puro azar y el jardín, todo perfección formal o cuidado desaliño.
      Como quiera que sea, os invito, si es que no lo conocéis ya, a que visitéis el jardín de Bomarzo, sito cerca de Roma. Pero si no podéis ir físicamente, la estupenda novela de Mújica Laínez os lo pinta a las mil maravillas.
      ¡Que sigáis animando la vida con semejante jardín de palabras!

      Eliminar
    3. Un lecho de jazmín, un jardín que es un espejo, y una espalda que fluye tranquila. Qué imagen tan agradable y sinuosa, que alberga caminos que llevan al jardinero a lo más frondoso del bosque, ya neoclásico, ya amoroso, que huye aún de la modernidad asomándose a un escote que es un balcón abierto a una espesura sin desbrozar. Y qué buen consejo el del viaje teñido de verde y roca a través del espejo hacia la vida. Una vida oculta entre las palabras que esconden los equívocos, encubren las medias verdades, y atesoran las imágenes que nos conectan cada día entre nosotros. Como la Alicia, ¿o era la venus? del espejo, eternamente encerrada en una habitación, enrocada en su belleza, perdiéndose la maravilla que es el mundo. De espejo en jardín, de jardín en espejo, qué mareo.
      Por otro lado, buen consejo el de visitar jardines que la literatura nos ha descrito, pero ¿acaso no sería mejor visitar uno a uno todos los jardines que asolan el mundo? y quizá luego (d)escribirlos. Imagino toda una vida dedicada a viajar, de la isla del jardín, Isola Bella, a Central Park, pasando por el laberinto de Horta y por el de Borges, y por tantos otros que sería imposible nombrar por su alto número. Para qué llenar la memoria por llenarla, si hay tantos libros escritos sobre ellos que llevan imágenes que nos permiten conocerlos como si de un espejo se tratara, y que adornan la tercera estantería por la izquierda del tercer módulo de IKEA del tercer dormitorio de mi plácido hogar, rodeado de un jardín que me refleja constantemente, impidiéndome salir a la calle porque sigo siendo un reflejo de la vida cuando asomo por la puerta y veo mi propia cara conformada en las rayas de la piel de un tigre. Ay, por Dios, ¡pero si es la piel a topos del perro del vecino! Creo que ya tengo mucho sueño. Pero así todo queda en casa y nada queda al azar.
      Anónimo uno, gracias por el lecho de azafrán y jacinto, dormiré esta noche con el olor de biznaga entrando por mi nariz. ¿Seguiremos hablando del laberinto?. Y anónimo número dos, gracias por el espejo, buscaré en él mis ensueños cada día cuando mire por mi ventana.
      Buenas noches...

      Eliminar
    4. Abejas en tu pelo: he de confesarte que me ha hecho mucha gracia lo de "Anónimo 1" y "Anónimo 2" porque me ha recordado al juego aquel de "marcianito número 1 llamando a marcianito número 2".
      Pero pongámonos serios y firmes. Cuidado con las flores y sus olores, que, como le decía Melibea a su padre, Calisto "quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi propósito y, vencida de su amor, perdí la virginidad".
      Recuerdo con palpitante emoción otros lechos naturales. Ninguno tan bello como el que diseña Venus ("la hija de la espuma") para los recién casados de las Soledades gongorinas, hecho "de las plumas que baten más suaves / en su volante carro blancas aves" y para que los novios tengan "batallas de amor" en "campo de pluma". Ninguno tan bellamente ajardinado como el que la madre naturaleza les proporciona a Acis y Galatea: un sitial umbruso rodeado de verdes celosías, una alfombra salpicada de flores, un lozano mirto, las trompas del Amor voceadas por pajarillos, y así: "No a las palomas concedió Cupido / juntar de sus dos picos los rubíes, / cuando al clavel el joven atrevido / las dos hojas le chupa carmesíes", y entonces, fuegos artificiales: "Cuantas produce Pafo, engendra Gnido, / negras violas, blancos alhelíes, / llueven sobre el que Amor quiere que sea / tálamo de Acis y Galatea".
      Una de las secuencias más desasosegantes de la historia del cine (al menos para mí), y también de las más sublimes, es aquella final de "La dama de Shanghái" con los espejos que reduplican la imagen hasta el vértigo. Tal vez, pues, el anónimo dos no sea sino el reflejo del anónimo uno y yo, anónimo tres, no me mire sino en ellos...
      Por supuesto que, si quieres, hablaremos de laberintos, pues resulta no menos enriquecedor que placentero dialogar contigo, así: con palabras escondidas que se adentran en la espesura.
      Me despido hasta la próxima con palabras que, como tus abejas en el pelo, me retratan: "el mundo cambia cuando dos se besan".

      Eliminar
  3. Querido Anónimo tres, uno y trino en un espejismo, aunque no estoy segura de que seas el segundo en discordia. ¿O acaso la magia de los heterónimos también ha llegado a tu pluma?
    He de confesarte que yo me sonreí, subiendo la comisura derecha de mi boca, al escribir a un número tras otro, del uno al dos, del dos al uno, pero no fue hasta tu respuesta cuando el lado izquierdo también subió, dejando entrever mis dientes canívales.

    Así que aceptas hablar de laberintos, pero ¿de laberintos hechos de espejos, de imágenes, de arbustos que superan la altura del hombre?. ¿O, por el contrario, de aquellos construidos con palabras, que ocultan todos los nombres en un solo nombre, todos los rostros en un solo rostro, y todos los siglos en un solo instante?. Qué belleza, un momento eterno de paz en el que se abarque toda la existencia del universo, y que se desvanezca en un santiamén. Como el que se vive en un lecho de plumas, o en un colchón flex.
    Por esas palabras que te definen creo que podríamos contar con que amar es combatir, pero no me extraña que quieras ponerte serio y firme, en tus tálamos aparecen tumbadas mujeres seducidas, que no han podido (o más bien querido) escapar, lánguidas como damas prerrafaelitas que adornan con peonías su boca. No como aquella que se convirtió en árbol, tras intentar seguir su camino herida por las flechas de hierro. O como la dama de Shangái, que movía solita todos sus hilos. Qué atractivas tendrán que ser esas "batallas de amor" en "campo de pluma".

    Te cuento: realmente me encanta pensar en entrar en un laberinto y jugar al pinto pinto gorgorito, salir corriendo y esconderme en la espesura, guardando acaso la flor invisible que se mece con ternura en los tallos del silencio. O mejor subirme en lo alto de los arbustos que jalonan el camino y tirar piedrecitas al que pase por debajo, escondida, con eso te tienes que reír un buen rato. O, quizá, entrar directamente y dejarme llevar por el recorrido. Ir abriendo puertas, hasta que llegues ante una cara y reconozcas en ella tu propio rostro.
    En fin, un viernes a punto de salir no es momento para tantas honduras, me despido hasta la próxima con la idea de Borges de que no habrá nunca una puerta, con la de Benedetti de que de todos los laberintos, el mejor es el que no conduce a nada... pero mejor pensado no me despido con eso, ¿serán cenizos?

    ResponderEliminar