"El amor a los libros puede ser más fuerte que el gusto por una vida que se viera privada de ellos"
Claude Roy, El amante de las librerías

jueves, 16 de febrero de 2012

Mis relatos (II): Esos objetos que se nos van de la mente




"Perdona el desorden" me dice, como si pudiera abstraerme de la porquería que se acumula en las esquinas. Me fijé en el bar en que su pelo estaba un poco sucio, pero pensé que era gomina del día anterior. Por lo demás la chica era delgada, y aparente, más o menos.

Me enseña una silla tapada con periódicos y me pide que me ponga cómodo. Algo cruje al sentarme, y un olor a rancio me llega hasta la nariz. Saco bajo mi culo una bolsa de pan vacía que se me pega en las manos al cogerla. Las limpio en el periódico, pero no me levanto. Estoy demasiado cansado. Llevo muchas horas de pie para ligarme a alguien. Ella se apoya en la pared, en cuclillas, y coge algo del suelo, algo que está escondido detrás de una sombra. Brilla. La oigo decir "en mi casa tenía una bola de cristal, de esas con agua dentro que al ponerla cabeza abajo se llenaba de nieve, como si nevara de verdad".

Vaya comedura de tarro, pienso, esta se evade de la realidad, como si viviera en la esfera de cristal que tiene en la mano. No, creo que no es consciente de la podredumbre a su alrededor. 

Miro las paredes llenas de grafitis y se oyen las ratas. Siento que me rozan las piernas. No es extraño, está oscuro y solo nos alumbra la luz de emergencia, fuera del local. El cristal del escaparate está roto, la luz hace un quiebro en la pared a través de la reja. Se nota que abandonaron la galería comercial hace tiempo, una galería más entre las que salieron como champiñones en los bajos de los edificios en los años ochenta. Casi todas fracasaron. Ahora sirve como refugio para personas desamparadas, sin hogar, nuevos pobres. Abandonados. Ella está a mi lado, no la he visto venir.

Se me sienta en las piernas mientras me cuenta cosas de su infancia. De cómo acabó en la calle, rebeldía adolescente. Que echa de menos a sus padres. La típica historia que lees en los periódicos. La butaca cruje más cuando apoya sus nalgas. "La nieve se ha pegado" me dice mientras vuelca la bola y la golpea suavemente contra el respaldo. Sus brazos rodean mi cuello, y me susurra "a mi bola de nieve se le sale una gota de agua cada año, por Navidad. Solo una. El 24 comienza a formarse la gota, y el 25 escurre al fin por el borde. Y durante los 363 días restantes, la nieve se pega abajo sin que haya manera de hacer que nieve ahí dentro".

Descansa en el suelo la bola, pegado el cristal a la ciudad con nieve. Veo la luz que atraviesa ese cristal y hago un cálculo. Si pudiera medir el agua que hay dentro, sabría con seguridad cuándo se quedará vacía, sin una gota. ¿Habrá 60 gotas? ¿Serán sesenta años? "Es imposible que vuelva a nevar ahí dentro", repite.

En mi casa hay varios objetos con forma redonda, la bola que me regalaron con un chubasquero en su interior, vacía porque el plástico ya no entra por más que lo dobles de mil formas distintas. Y está el globo del mundo, con un recorte de periódico de cada sitio que he visitado. Y los exprimidores para las naranjas. Son dos, como sus senos, tan cerca. Dos esferas imperfectas. Los beso. La beso.

Es sábado por la noche. Hace frío fuera, solo fuera.


(c)Rhut López Zazo  

4 comentarios:

  1. Estupendo el relato "Esos objetos...", creo que está bien construido, bien presentado, con una historia coherente, que merece ser contada en un relato. A fin de cuentas, un cuento sin trama es otra cosa. Tal vez se podría arreglar alguna frase redundante, como "un olor a rancio me llega hasta la nariz", o el empleo de términos que desentonan en el contexto del relato, como "culo"· Bueno, son apreciaciones subjetivas y discutibles, claro, pero el texto está francamente bien. No dejes de escribir. Un abrazo. Javier

    ResponderEliminar
  2. http://www.youtube.com/watch?feature=endscreen&v=z8oxi_md84Y&NR=1

    ResponderEliminar