Desperté
una mañana ávida de vivir, dispuesta a enfrentar al rocío que llamaba a mi
puerta. Los caracoles escalaban por mi pared y asomaban sus ojos por el cerco
de la ventana. Les eché agua hirviendo para que cayeran al suelo.
Leí un
poema que decía que el amor era etéreo, como la harina. Y me eché a reír. Saqué
un paquete del armario y lo solté por el aire, dejando que bañara mi pelo y mis
enaguas. Y abrí la puerta.
El agua
de la mañana se mezcló con el trigo, haciendo una masa que calcaba mi figura. Y
el vecino de enfrente me metió en el horno. Y salí convertida en una figurita
de mazapán, tan bonita que tuve que meterme en un plástico y precintarme yo sola,
para que el tiempo no degradara lo que salió de aquella operación, llamémosla,
estética.
Hoy, por
la noche, creo que saldré del plástico pero, esta vez, no dejaré que la harina
me toque.
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