
Pero he aquí que miré de nuevo mi mano y encontré un alfiler dorado. Nunca lo hubiera pensado. Para pinchar el vuelo del pañuelo en mi cuello arrugado. Pero pinché una vena sin querer, y la sangre manchó mi mano.
Cosas de limpieza, mira a ver.
La observé de nuevo con fijeza y encontré una lima vieja. Me dio pereza tener que ponerme a lijar, pero por algo estaría allí ¿no? Una voz me contestó “Para limar los barrotes que me encierran”. Y miré de nuevo y encontré una trampa de ratones, y el ratón llevaba pantalones. Me pasó un listado con sus condiciones, no fuera a ser que la liberación, encima, me saliera gratis. Y volteé la mano para dejarle caer (aquí no valen los chantajes).
Y al mirar despacio, un puro habano vi en mi mano, que me quemó el muy bandido. ¿Un mensaje del ratoncillo? Y pensé no mirar más para abajo, a ti, mano descastada, que me envías a la aventura y que me dejas en la estacada mandándome estos “regalitos”.
Pero no lo pude remediar, y la sacudí levemente, y al mirar mi mano con firmeza allí estaba, en el último rincón de la palma, un elixir de guayaba con un apolíneo jovencito sonriendo desde la playa...en la etiqueta, claro. Un reconstituyente para noches perpetuas de esas que no tienen final, y que te pone al día en dos minutos. Dosis exacta para cuerpos exactos, como el suyo.
Miré mi mano con orgullo, “cuánto sale de aquí” pensé, y vi un capullo. Pudo ser cabrón, prepucio o envoltura, pero resultó ser el brote de su hermosura dispuesta en forma de rosa, rosa hermosa de mirar y que alzó el vuelo, sin remedio, por el cielo interestelar subida en un cazuelo en busca de su anhelo por vivir siempre. A contracorriente.
Y miré una vez más mi mano, y me olí una encerrona, encontré una llave cubierta de roña que abría la puerta de mis jardines, oxidados del tiempo y del desuso. Mi cara se descompuso mientras salían de uno en uno los ex (amantes) de mi vida, antes tan vacía, pidiéndome la llave con aspecto bobuno. El aspecto de aquellos que se dejaron escapar la pieza.
Y volvió a mí la pereza o no actuó la guayaba y dejé que desaparecieran cojeando por la playa sacudiendo su bastón, igual que habían venido.
Y decidí que quizá, me había dormido.
Rhut López Zazo
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