"El amor a los libros puede ser más fuerte que el gusto por una vida que se viera privada de ellos"
Claude Roy, El amante de las librerías

martes, 12 de julio de 2011

Volar, conducir y surfear



Hace poco salí a pasear de nuevo. En Lima. Y en  un barrio cercano encontré un jardín que no esperaba. Rodeado de edificios, una acera los separa de los árboles.
Este es uno de esos jardines que no invita a pasar dentro porque no hay senderos que lo crucen, da cierta aprensión pisar el césped porque está húmedo. O cierta libertad porque te adentras en la naturaleza sin ordenar. Y pensé que estaba regado, pero quizá la humedad del mar es la culpable de que la tierra nunca seque del todo. Me gustó pasear por allí.

La cuestión es que estaba lleno de vidas recién nacidas, que paseando en cochecito recorrían la acera en una carrera improvisada. Perro en ristre y con juguetes nuevos, se preparaban para vivir su futuro en esta ciudad como conductores futuros que nunca cederán el paso a los caminantes. Cruzar la calle en Lima es jugarte la vida (casi). Pero las terrazas de las casas del jardín estaban vacías de padres, quizá por el invierno que no invita a salir, y esas terrazas bajas conviven a su vez con plantas bajas dedicadas a los automóviles, a los futuros autos de los infantes que les esperan hasta que crezcan para poder manejar. Todo es una rueda en el Parque la Redonda.

Además me impresionan los árboles de aquí, me gustan porque tienen flores rojas que van cayendo hacia la acera como manos pequeñas. Y he visto buganvillas, geráneos y cactus que adornan las calles luchando con la polución para vivir. Porque Lima está muy contaminada y la llovizna del invierno, lo que llaman garúa, baja la ceniza del cielo hasta tiznarme la piel.

Cambié de rumbo y al final de una avenida llegué a un acantilado, junto a un parque, y bajé a la playa disfrutando del sol que salió por la mañana.

Desde allí se veían pájaros mezclados con parapentistas, que aprovechaban el viento para saltar desde ese parque que recordaba a Gaudí, y así poder mirar las costas de Lima con una nueva perspectiva. Cómo me gustaría volar, y se puede desde el Parque Raimondi. Si llevas dinero suficiente y ganas de saltar por un acantilado, este es el sitio perfecto para no tener problemas. Saltos seguros.

Y luego me fijé en la arena, y quise buscarla y no estaba. Solo encontré piedras custodiando las tablas de surf. Y el Pacífico.

Los surfistas cogen las olas, y tardan en soltarlas, es bastante erótica esa relación que tienen con el agua. Siempre me pregunto qué se sentirá en ese trato tan cercano con el mar.
Por ahora solo sé que en los yacimientos arqueológicos de la costa se han descubiertos frisos de hace más de 2.000 años, en los que aparecen personas cabalgando sobre las olas. El mar siempre tan cerca, y yo tan lejos.

Me cuentan que las playas que rodean la ciudad están llenas de gente en verano, pero ahora es invierno, y solo los coches con tablas y trajes de neopreno se apiñan al lado del acantilado.

Seguiré paseando. Ya os contaré.



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